domingo, 27 de noviembre de 2011

Un genio de nuestros días (Aleksandr Petrov)


En el submundo cinematográfico de los cortometrajes habita uno de esos seres que revelan lo extraordinario de su ser a través de una maestría única que convierte en obra maestra todo en lo que se ve envuelto. Aleksandr Petrov es un animador ruso que, ajeno a los nuevos tiempos informáticos y tridimensionados del mundo de la animación, sobrevive en el panorama cinematográfico desde finales de los 80 utilizando como principal herramienta el óleo.

¿Sorprendidos?,¿No?...

En ese caso también aclararé que al indagar en la técnica de Petrov descubres que este artista ruso utiliza óleo de secado lento con el que juega sobre un cristal situado en la parte superior de una caja de luz que ilumina todo el cuadro desde abajo. Teniendo como resultado final una técnica donde la luz, las sombras y el color se convierte en las únicas dimensiones a través de las cuales consigue definir las caras de la humanidad.

¿Tampoco es sorprendente?

Lo que no sorprenderá a muchos es que el cine se rueda a 24 fotogramas por segundo o, dicho de una forma más trivial, cada segundo cinematográfico está formado por 24 imágenes. Si tienen en cuenta que cada obra de Petrov tiene una duración media de, aproximadamente, 20 minutos podrán hacer una fácil operación matemática para comprobar que se necesitan de más de 28.000 imágenes para realizar una película animada de dicha duración. Esto que en el mundo Pixar, y perdónenme la obscenidad de tintes homófobos, es una mariconada, en el mundo de Petrov es lo mismo que haber pedido a Goya, Monet o Van Gogh que realizasen 28.000 cuadros que le diesen continuidad a cualquiera de sus obras originales, es decir, una auténtica heroicidad.

¿Aún apáticos?

Pues sin salir del mero estudio de su técnica también es destacable que para trabajar con el óleo Petrov utiliza sus DEDOS utilizando los pinceles como una herramienta auxiliar para definir ciertos matices del cuadro-me resigno a permitirme llamarle fotograma-.

Ya lo sé. Ya lo sé. La técnica está muy bien pero…

Petrov tiene un Oscar al mejor corto de animación por la adaptación de la obra de Hemingway El viejo y el mar(1999), además de 3 nominaciones y numerosas menciones en premios y festivales varios tales como los Bafta, el festival de Berlín,… Su filmografía se conforma de 5 obras titulas La vaca(1989), El sueño de un hombre ridículo (1992), La sirena(1997), la mencionada El Viejo y el Mar(1999) y, por último, Mi amor(2006). Cualquiera de ellas es una visita obligada para todo aquel que se considere cinéfilo.

¿Los premios no te dicen nada?

Lo entiendo e insistiré diciendo que Petrov se atreve a adaptar obras de Hemingway o Dostoyevski consiguiendo elevar la obra de sus ya consagrados y sobradamente reconocidos cimientos a lugares donde la magia del cine recupera los valores épicos del siglo XIX. Y lo hace a través de una mirada que recuerda sin dificultad a los impresionistas franceses o al Goya más oscuro provocando que después de este encuentro cinematográfico la visión de cualquier obra pictórica mute a parajes hasta el momento desconocidos reforzando mi discutible convencimiento de que el cine es el arte total.

¿Nada?

Pues el último recurso que me queda es que lo veas con tus propios ojos y descubras lo que, por lo menos para mí, es un auténtico genio de nuestros días. Si después de ver El sueño de un hombre ridículo (1992) o El viejo y el mar(1999) sigues igual te recomiendo que pongas un comentario absolutamente despectivo hacia este que te escribe y no vuelvas a acudir a este blog.



El Sueño de un hombre ridículo(1992)












jueves, 24 de noviembre de 2011

El género como salvación (Drive, 2011)

Ya sea en los bajos fondos nórdicos del siglo XXI –Pusher(1996), Bleeder(1999)-, en las estepas salvajes que poblaban los vikingos en el siglo X – Vanhalla Rising(2009) o en las cárceles prutrefactas en las que malvivió Michael Peterson- Bronson(2009)-, el director danés Nicolas Winding Refn siempre ha tenido por objetivo mostrar todas las caras nacidas del carácter obsesivo, adulador y excesivo de la violencia humana. Siempre utilizando como escudo el estilismo de un lenguaje tan sumamente exagerado como cercano al video-clip, como tanto gusta a los Guy Ritchie o Tony Scott, el director danés siempre parecía más preocupado por explotar lo atractivo de la sangre para el consumo de la gran masa que en mostrar una mirada personal y crítica sobre el tema de la violencia. Su personalidad se perdía en un discurso que alternaba, sin la menor armonía, entre lo artístico y lo artesanal provocando que todo sello personal se diluyese y que, únicamente, disimulaba su falta de entidad gracias a una crudeza en el contenido de sus obras que lo salvaban “in extremis” del abandono inmediato de la sala. Es extraño comprobar como, tras ver su último film, la carrera de este director danés pueda simbolizarse con un camino hasta esta notable Drive (2011) donde, por fin, el director danés parece haber encontrado acomodo y, al mismo tiempo, equilibrio de la mano del género negro puro. Este hecho da buena cuenta de una tipología de profesional de la dirección que, por cada trabajo, pule su personal estilo hasta alcanzar una fórmula narrativa tan eficaz que consigue la capacidad de hacer diferente lo común a través de los matices que su personalidad entrega a cada relato. Dicha tipología de director sobrevive en el seno del cine de género y, en este caso, asumiendo unas posibilidades más cercanas a los atributos de un artesano que a las de un artista sin que por ello haya que obviar a ninguna de las dos.

En Drive(2011) se nos presenta una auténtica película de género noir donde un experto conductor, especialista de cine de día y delincuente a pequeña escala de noche, se ve envuelto, al querer ayudar a su preciosa vecina, en una trama con la delincuencia organizada de los bajos fondos de Los Ángeles. Ryan Gosling está sencillamente inconmensurable en su contenida interpretación de un callado joven descrito a través de cada gesto más que de cada palabra, lo que da prueba de la riqueza tanto de la interpretación como de la reinvención de un discurso narrativo que se apodera de las multiplicidad de posibilidades y miradas que un personaje tan peculiar puede entregarle a cualquier largometraje. Cada pauta de la personalidad de este antiheroe es tan cercano al film noir clásico norteamericano, al simbolismo de las películas de acción de los 70 y 80, a la totalidad de la filmografía del director Michael Mann como a la evidente, aunque no del todo acertada, comparación con Taxi Driver (1976). Gosling, secundado por una comedida Mulligan, el siempre genuino Ron Perlman, el sorprendente Brooks- que también participó en la mencionada Taxi Driver (1976) aunque en un papel más cercano a su rol cómico- y por el televisivo Bryan Cranston -al que su trabajo en la serie Breaking Bad parece abrirle cada vez más puertas en el cine-, protagoniza un viaje por un valle de sombras que tiene como resultado el clásico renacimiento anual del cine de género negro.

Y, aunque se le puedan hechar en cara ciertas tendencias banales en el uso de la imagen, como pueden ser el exagerado poder cromático de la fotografía o el uso publicitario de la música, la figura de este danés se ha revalorizado ostensiblemente dado que, si mantiene ese margen de mejora a través de la reeducación de su estilo en favor de la correcta y artesanal narración de cada historia, es, casi seguro, que su enorme personalidad dejará tanta o más impronta que la que ya nos deja este notable film. Prueba de lo que les digo es que Drive (2010) fué galardonada en el pasado festival de Cannes, cuna por excelencia del cine de autor, con el premio a mejor director lo que da muestra del sello que dicha personalidad entrega a un género que, normalmente, no es tan bien acogido en dicho festival. En definitiva parece que a Nicolas Winding Refn le han sentado muy bien los aires americanos, su hermanamiento con Gosling-protagonizará sus dos próximos films- y la aceptación tanto del género como de sus capacidades artesanales por encima de las artísticas, catapultando su valoración hasta la calidad de firme estandarte de la defensa del film noir de los próximos años.

jueves, 27 de octubre de 2011

El apocalipsis según Daradji(Ahlaam / Son of Babylon)




















Apocalipsis es un término que demuestra como la grandilocuencia de los significados lleva implícita una marca humana cuya naturaleza define una de las caras de la evolución como un modo de obviación, una ceguera crónica de la realidad que nos rodea más allá del contacto físico. Para oídos del hombre el término Apocalipsis tiene un significado global relacionado con la idea del fin del mundo donde se otorga una temporalidad futura que convierte en utópico todo término que se le relacione. Una forma de autodefensa que bien podría ser la misma que cada día mantiene inerte nuestra conciencia cuando, al escuchar, ver o leer las noticias, nos permite seguir tragando el bollo que acompaña el café mientras nos asolan con datos e imágenes sobre hambruna, guerra y muerte. En la era de la información global asumimos todas esas noticias como una parte de la cotidianidad, tan propio como los atascos del tráfico, la nueva salida de tono de la folclórica de turno o los cacareos mentirosos de cualquier político. Pero, ante la utopíco de nuestro pensamiento apocalíptico, existe una realidad absolutamente devastadora protagonizada por nombres como Ahlaam, Ali, Ahmed, Mehdi... una realidad que recoge la filmografía de Mohamed Al Daradji.

Este director iraqui, que huyó de la desolación de su país para estudiar cine en Europa, se presentó en el panorama cinematográfico con su película Ahlaam(2005) donde nos muestra el camino recorrido por una mujer, un soldado y un médico hasta llegar al psiquiátrico donde les encontrarán las bombas estadounidense en el inicio de la invasión iraquí. A través de estos tres personajes, Al Daradji consigue retratar el sentimiento de un pueblo oprimido primero por la dictadura de Sadam Hussein y, posteriormente, por la destrucción de los bombardeos americanos. Haciendo gala de unos valores que van más allá de lo meramente cinematográfico, el director volvió a su país para rodar su película en tiempo y escenarios de guerra reales, Al Daradji nos entrega una obra situada a medio camino entre la ficción simbólica de la vida de sus protagonistas y lo documental tanto del realismo de la atmósfera como de lo precario de la filmación. Con una objetividad y veracidad abrumadoras, que ya querrían para sí la mayoría de los periodistas de nuestro país, Daradji dirige una crónica sobre el sentimiento de un pueblo cuyas esperanzas están supeditadas a decisiones ajenas a todo reflejo de su sociedad y que ven como sus costumbres, posesiones y sueños son abrasados por el fuego en el camino hacia la locura más absoluta e indescifrable. La relación entre la realidad de la atmósfera caótica de un país masacrado por las bombas, la irrefutable impotencia del individuo frente a la masa y la veracidad absoluta de una crónica de nuestros días, del presente, hacen de este film o, mejor dicho, de este concepto de cine, una visión que nos acerca a los valores de un pueblo y, al mismo tiempo, de una manera extraordinaria, a la bajeza humana donde la guerra se convierte en el significante mentiroso con el que nos salvamos de comprobar que, en realidad, lo que estamos observando es el apocalipsis en su versión real y presente.

Con su segunda película, Son of Babylon(2009), estrenada en la salas españolas el pasado 7 de Octubre, Mohamed Al Daradji nos traslada a la Irak post Sadam Hussein- tres años después de la caída del dictador- donde Ahmed, un niño kurdo al que acompaña su abuela, recorre todo el país en busca de su padre desaparecido desde que la Guardía Republicana lo arrestara al finalizar la guerra del golfo. Mientras Ahlaam(2005) nos presentaba la crueldad de la guerra, Son of Babylon(2009) hace lo propio con sus crueles consecuencias. De este modo la anciana y el niño, símbolos del pasado y futuro de Irak, recorren un presente desolado donde cualquier hecho parece llevar implícito un sentido de reconstrucción y supervivencia. Con una factura mucho más trabajada, el film se muestra más asequible que su predecesor lo que no hace más que difuminar, tal como lo pueden sentir sus verdaderos protagonistas, una barbarie que a medida que avanza el metraje se hace tan o más impactante que en su anterior film. Uno se acerca a la realidad del mismo modo con el que un loco se enfrenta a los fantasmas que no quiere o no puede asumir, situando la conciencia y el corazón del film entre la inocencia de un niño y la raiz de una frustración histórica que cohibe cada gesto de una anciana. Manteniendo como cualidades la veracidad y la objetividad, retrata toda una cultura a través de cada hecho, mirada, canción... dando fe de una barbarie que lo consume todo y cuyos últimos vestigios de esperanza están depositados en los ojos de un niño cuya imagen tiene la misma carga simbólica que un diminuto brote verde en medio del enorme y arenoso desierto.

Mohamed Al Daradji demuestra con su corta filmografía una capacidad cinematográfica formidable, donde se puede leer influencias tales como Germania, anno zero (1948) o Idi i Smotri (1985), que reclama una obligada visita que nos sirva para creernos esa mentira de que podemos limpiar nuestra conciencia aunque, en realidad, dicho acto sólo destruya todo lo utópico que hasta ese momento, tiene, para cada uno de nosotros, el significado de la palabra apocalipsis.


Ahlaam(2005)


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domingo, 16 de octubre de 2011

Una nostálgica inmortalidad (L´Illusionnisie, 2010)

En los orígenes del cine fueron artistas de la talla de Chaplin, Keaton, Linder o Lloyd quienes hicieron de la comedia física el estandarte sobre el que se sustentó el nacimiento triunfal del séptimo arte. Obras como The Kid (1921) o El maquinista de la general (1926) llenarían las salas de cine tanto de un público como de unas risas que llegarían a generar la industria que hoy todos conocemos. A través de la creatividad del humor, donde el gag físico era su principal atractivo, conseguían nivelar las carencias o explotar las virtudes, según vean el vaso, de una tecnología recién nacida y, al mismo tiempo, perfilaban las bases de un arte que, gracias a su éxito, crecería a marchas agigantadas. Crecimiento que provocó que la evolución tecnológica no tardase en castigar, a la mayoría de ellos, con el más cruel de los olvidos. Con la llegada del sonido, la palabra se convirtió en una rotunda dictadora que abarcaría la mayoría de las obras que, a partir de los años 30, inundarían las grandes salas cinematográficas. Pronto el espectador requeriría tramas a las que Keaton o Lloyd no estaban, o no les dejaron estar, capacitados para responder y, aunque el genio de Chaplin resistiría, fueron otros los cómicos que triunfaban ante la gran masa al adaptarse a las nuevas características del medio. De este modo surgieron nuevos rostros como los hermanos Marx, Bob Hope, Jerry Lewis,... que provocarían el olvido de estos grandes artistas iniciáticos que, incapaces de adaptarse a las nuevas tecnologías, como se puede ver en la magnífica Sunset Boulevard (1950), serían consumidos por una industria que no entiende de recuerdos.

Pero, además del sonido, en aquellos años 20, sería otro descubrimiento tecnológico el que diese el espaldarazo definitivo a estos artistas. Un nuevo mundo empezaba a abrirse paso en la industria norteamericana de la mano de un, por aquel entonces, desconocido Walt Disney. La animación se convertía en un nuevo lenguaje que curiosamente nacía con las mismas premisas que, años antes, habían caracterizado al cine de estos olvidados pero con la diferencia de que en, vez de hombres, las películas estaban protagonizadas por dibujos animados. Ahora el gag sería el arma de una animación que iría creciendo a lo largo de la historia con los rostros de los Mickey Mouse, Bugs Bunny, Pink Panther, Roger Rabbit o el revolucionario flexo Luxo. Parecía que, inevitablemente, el mundo de estos cómicos moriría con la figura de Charles Chaplin cuyo genio indiscutible le valdría para sobrevivir aún a costa de la vida de su Charlot, que desaparecería en las últimas películas de su filmografía, y que bien podría decirse que tendría como epitafio esa famosa escena en la que, convertido en un dictador, juega con un globo terraqueo como si del juguete de un niño se tratase.










Pero la semilla que estos pioneros habían dejado era demasiado importante como para no haber dejado impronta en las nueva generaciones. Quizás por ello, a finales de los años 40 y principios de los 50, aparecería un nuevo personaje llamado Monsieur Hulot que tomaría el relevo directo de aquellos pioneros. Este personaje había sido creado e interpretado por un joven francés llamado Jacques Tatischeff pero que se conocería, a partir de entonces, como Jacques Tati. Tati supo ver las posibilidades que el gag físico podría tener en el nuevo cine y su adaptación fué una sorpresa en el mundo cinematográfico. A través de películas como Jour de fête (1949), Les vacances de Monsieur Hulot (1953) o Mon Oncle (1958), Tati supo utilizar el sonido como un arma tan poderosa como el propio gag y a través de estas facultades criticar como la modernidad y la tecnología convertía al hombre en un ser esclavo de sus propios inventos. Monsieur Hulot hacía, del algún modo, justicia a sus predecesores y, con una confianza total hacia el gesto frente a la palabra, Tati se jugó toda su fortuna en su última gran película: Playtime (1967). El fracaso comercial del film supuso la ruina personal del director francés y el castigo televisivo de su vida profesional. Aún tendría tiempo para desarrollar dos proyectos televisivos más pero quizás tanto su tiempo como su confianza habían sido olvidadas por el gran público, al igual que en su día les ocurrió a sus queridos Keaton y Lloyd. Tati moriría a principios de los 80 y su legado es una corta pero magnifica filmografía que debería ser revisitada cada vez que la realidad se nos hecha encima. Pero, además de este legado, Tati dejó un último guión que, misteriosamente, llamó La cuarta película y que nunca llegaría a rodar quedando en el recuerdo material del adiós de un genio.


Quizás fuese la misma esencia que movió la pasión de Tati por la comedia muda norteamericana y francesa como la que inspiró a un dibujante francés a iniciar su propia obra. Sylvain Chomet, famoso creador de la excelente novela gráfica Leon La Came, irrumpía en el panorama de la cinematografía, primero con el cortometraje La vieille dame et les pigeons (1997) que le valdría la candidatura a los Oscar además de innumerables premios, y, posteriormente, con el largometraje Les tripletes de Belleville (2003). En ella se descubre un enorme talento de la animación francesa. Chomet nos adentra en un universo tan personal como sumamente atractivo y donde, una vez más, la palabra perdía su hegemonía. En dicha obra Chomet haría posible la unión de los dos mundos nacidos del gag físico ya que, indudablemente, son igual de importantes las influencias originarias de la historia de la animación como de la obra de los padres del gag físico. Chomet, al igual que Tati, convierte el gag en una herramienta sutil que persigue más la risa que la carcajada. Con un morboso humor, en el mundo de Chomet se caricaturiza la realidad provocando que las apariencias no engañen, de un modo en el que todos los personajes son, en sí mismos, un gag que retrata su propia personalidad. Los significantes desaparecen pero los significados se exageran y simplifican alcanzado un discurso que, unido al especial universo visual de Chomet, nos trasladan a un nuevo y atractivo lenguaje. De este modo nos encontramos con un petreo ciclista de deformadas piernas, unas artistas trillizas que sólo comen sapos y no pierden ocasión de interpretar su música nacida de los sonidos de neveras y aspiradoras-los numeros musicales son magníficos-, uraños guardaespaldas cuadriculados como armarios, camareros tan serviciales que sus huesos parecen de goma ante tanta dedicación y, sobre todo, la absoluta destrucción de la dictadura de la palabra frente al gesto de la caricatura.

En Les triplettes de Belleville (2003) se distorsiona la realidad en favor de mostrar la verdadera cara de un mundo absolutamente criticable, herencia directa del propio Tati, y lo hace bajo el formato de una película de cine negro donde un ciclista fracasado es secuestrado para formar parte de una trama de apuestas de la mafia en la moderna y oscura ciudad de Belleville. El universo que se nos presenta es tan sumamente personal que, aunque sus influencias abarcan desde la Disney a Miyazaki, el principal punto de valoración de la película es, precisamente, la marca de su propio autor: Sylvain Chomet.


Y, como si el futuro estuviese escrito, Chomet estrenaba el pasado 7 de Octubre en las salas españolas su segunda película: L`Illusionnisie (2010). Lo clarividente de este estreno es que su realización se sustenta en aquel guión que Jacques Tati nunca llegó a rodar dado que, según dicen los más fanaticos, era demasiado diferente al mensaje que había mantenido durante toda su filmografía. En él se ocultan todas las influencias y características del propio Tati con las que rinde un homenaje absoluto a su tan querida idea de cine pero la esencia de ese humor optimista, que siempre había caracterizado a Monsieur Hulot, desaparece. L`Illusionnisie (2010) respira un melancolía motivada por el mismo olvido que había consumido a Keaton o LLoyd. A través del retrato de la bohemia vida del viejo mago Tatischeff, verdadero apellido de Tati hecho que da prueba de lo personal y sincero del guión, se nos muestra el epitafio no sólo de un artista sino de la ilusión, de la fantasía en el ahora. La fuerza de esta variación en el prisma de Tati tiene como resultado que una película tan nostálgica como The Quiet Man (1953), del dinosaurio John Ford, tenga una enorme influencia en la dirección de Chomet. La película respira ese mismo aire de despedida al ver como un mago, ciudad tras ciudad y actuación tras actuación, ve como la indeferencia es la respuesta común de su escaso público. La atención de los tiempos pasados ha girado su mirada hacia la modernidad, representada por una juvenil banda de pop, como un gesto que demuestra que la magia, como metáfora de todos lo artistas del music hall, está viviendo sus últimos días. Cada vez son menos los teatros donde poder actuar y ganarse el pan. Ahora son lo bares de los pequeños pueblos olvidados los que acogen su magia con un amago de ilusión. Pero las comparaciones con el pasado resultan odiosas y la propia ilusión va desapareciendo hasta del corazón de los artistas como dan muestras personajes como un payaso suicida, unos trapecistas reconvertidos en pintores o un ventrilocuo alcohólico. Un destino que parece perseguir los pasos del mago protagonista de L`Illusionnisie (2010) hasta que este se encuentra con los ojos de una joven solitaria que ve en los trucos del señor Tatischeff el contrapunto a la fealdad de la realidad, como si no hubiese truco, como si la magia existiese. De este modo los ojos y deseos de esa joven se convierten en el motor vital, como antaño había sido el éxito, que bombea el corazón del mago Tatischeff. Este encuentro reflejará maravillosamente la relación del propio Tati con los espectadores, mostrando la ilusión y dedicación de un artista para con sus seguidores pero también los límites que la realidad impone al cumplimiento de tales principios.

Por su parte Chomet muestra un respeto total por la obra de Tati que le lleva a relajar su exagerado estilo en favor de la narración de la historia. Además la circunstancia de que la película sea en 2D realza, aún más, su aire nostálgico gracias a la realidad tridimensionada que rodea en la actualidad al mundo de la animación salvo en el oasis nipón por todos conocido. El trazo del dibujo sobrevive en una escasa excelencia del mismo modo que sobrevive el propio Chomet, el antiguo Tati,... Como símbolo del mencionado respeto hacia Tati, Chomet utilizó fragmentos reales de la obra de su antecesor en sus dos películas animadas. En Les triplettes de Belleville (2003), las trillizas se ríen en su cama mientras ven en televisión un fragmento de Jour de fête (1949), mientras que, en L`Illusionnisie (2010), Chomet va más allá y llega a enfrentar al mismo Mago Tatischeff como su alter-ego Monsieur Hulot, alter-egos, ambos, de Jacques Tati. Este último alcanza un signifcado que utilizaré para finalizar esta crítica y que me servirá para resumir la impronta de este film. Y es que dicho encuentro entre la animación del mago Tatischeff y la imagen real de Monsieur Hulot es la prueba ineludible que demuestra, algo que probablemente desconociese el pesimismo de estos olvidados, que las grandes obras cinematográficas tienen el don de otorgar la inmortalidad a sus protagonistas, una inmortalidad que, por supuesto, habita en el alma de Chaplin, Keaton, Lloyd, Tati y Chomet.














A continuación comparto unos enlaces en los que se puede descargar Les triplettes de Belleville (2003) y Les vacances de Monsieur Hulot (1953) con la finalidad de que conozcan estos personales universos y les anime a acudir a la proyección de L`Illusionnisie (2010) o a visitar el resto de la filmografía de los directores mencionados.


Les triplettes de Belleville (2003)



miércoles, 12 de octubre de 2011

El poder de mirar el olor (Le fils, 2002)

A día de hoy el cine parece consumido por el demencial ruido provocado por héroes planetarios, agentes secretos de tendencia, bufones escatológicos o ñoñas princesas esculpidas por un bisturí… Son muchos los argumentos que asolan la publicidad de los grandes medios con los que el cine puede ser culpado, en el mejor de los casos, como mero artificio de distracción. Sin embargo uno, como si de una hecatombe futurista se tratase, puede comprobar como el verdadero cine sobrevive en las cloacas de las multisalas con el firme propósito de entender tal arte como una evolución que, con el paso de los años, llega a alcanzar un realismo que transforma esa idea de magia, que siempre ha rodeado el séptimo arte desde la primera proyección de los hermanos Lumière, en algo tan cercano a la vida que uno duda de si lo que está viendo sigue siendo una ficción o es la existencia retrasmitida a través de unos ojos ajenos.


Hoy en día el romanticismo de la creatividad cinematográfica es de aquellos que creen que en cada persona hay una película por descubrir. Una máxima que bien podría considerarse un paso evolutivo fundamental como la electricidad, la clase media o la comunicación planetaria. Desde los albores cinematográficos ha existido una dicotómica existencia que fractura el origen del séptimo arte entre lo documental y lo ficticio, entre lo tecnológico de los Lumière y lo artístico de Méliès. A lo largo de su historia hemos podido comprobar como las grandes obras cinematográficas suelen responder a la búsqueda de un equilibrio entre ambas mitades o, por el contrario, a la aceptación absoluta de dicha naturaleza. Todo lo que se quede en tierra de nadie está abocado al fracaso, al castigo de la incredibilidad. Visto desde el punto de vista de la ficción ese equilibrio alcanza su máximo exponente conocido en obras pulidas por la mano de directores que bien podría decirse que respiran, comen y hasta mean cine. Gente como el iraní Kiarostami, el turco Ceylan o los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne responden, entre otros, a la necesidad de encontrar la vida en toda obra de ficción que se precie y son, estos últimos, los que firman la obra de la que quiero hablar hoy: Le fils(2002).


Este film narra la misteriosa relación entre Olivier, un carpintero dedicado a enseñar su profesión a adolescentes conflictivos, y Francis, uno de esos niños recién salidos del reformatorio necesitados de un oficio que los aleje de sus propios conflictos. Una temática que, por si misma, es tan sumamente realista que, de inicio, parte con tal grado de credibilidad que asombra nada más intuir su primer plano. El grado de pureza que desborda la película se basa en la consideración de la mirada como el exponente máximo de toda expresión cinematográfica, entendiendo dicho concepto como la aglomeración de cada uno de nuestros sentidos en una misma capacidad. La mirada no sólo permite ver sino también escuchar, saborear, oler u oír a través de la relación de la imagen y nuestros propios recuerdos. A todos nos ha pasado que a lo largo del día, por alguna razón que desconocemos, nuestra mirada se clava, hipnotizada por una imagen y nuestra mente parece quedarse completamente en blanco observando la lluvia sobre la ventana, las manos de alguien al tratar un objeto, la esquina más inhóspita consumida por el sonido del océano, el olor de lo geométrico de la madera apilada,… es mágico. Realista, propio y liberadoramente mágico. Le fils (2002) alcanza esa sensación durante los 103 minutos en los que se extiende su metraje.


Podría utilizar cualquier secuencia de este film para demostrar mi absoluta falta de medida a la hora de calificar esta obra pero sólo tengo que utilizar la primera de todas ellas para mi propósito. El film comienza con los más que reconocibles sonidos de un taller de carpintería mientras vemos los créditos expuestos sobre la oscuridad del plano. Pronto la imagen parece elevarse frente a la espalda de un hombre corpulento, vestido con un reconocible peto azul de carpintero y una contundente faja de cuero marrón, hasta que llegamos a la altura de una nuca que nos muestra lo vulnerable del ser humano. El hombre, completamente quieto, mira hacia abajo mientras, a su lado, una mujer, que por su vestimenta parece fuera de lugar, lo observa como esperando una respuesta. A pesar de los sonidos poderosos del taller existe un vacío entre ambos personajes que se acentúa al comprobar que el carpintero está leyendo el contenido de una carpeta cuya naturaleza se intuye como importante. De repente unos gritos llaman la atención del hombre que, inmediatamente, acude a auxiliar a sus aprendices ante el atasco de una de las máquinas que tratan la madera. El hombre, sin albergar la más mínima duda, resuelve el problema con la misma inmediatez con la que da las consignas y reprimendas adecuadas a sus alumnos para que no vuelva a ocurrir. Una seguridad e inmediatez que se diluye al reencontrarse con el documento y el interrogante que la mujer le plantea. “¿Lo coges?”- pregunta ella. ”No, no puedo . Ya tengo cuatro, es demasiado”- responde él dubitativamente antes de observar a la mujer saliendo del taller murmurando para sí misma a quien acudirá con ese mismo documento. Pero algo preocupa al hombre, una conducta impropia de alguien a quien ya creemos conocer tanto por su reacción ante su clase como los propios Olivier que seguro habitan en nuestros recuerdos. El sonido de la sierra cortando la madera engulle el aire que Olivier respira, tan cortante como la duda que asola su mente y que, finalmente, le hace encender un cigarrillo que gustosamente también aceptarían nuestros labios.


Con esta primera secuencia se muestra todo el contenido y la forma de la película condensada en un sólo plano, un plano secuencia rodado con cámara al hombro entendido como la fuerza de una mirada que destroza toda regla de desarrollo y desenlace, que supuestamente abarcan la totalidad de la realización de toda obra cinematográfica, para condensar dichas reglas en la naturaleza de cada acto específico y abandonando toda misión más allá al verse consumida por la multiplicidad de la realidad que la rodea. La negrura de la uña de un pulgar, la respiración sostenida, el sueño tan impertinente como necesario, el tacto de la madera,… todo nos dice algo de los personajes, de la historia, de la película, del cine. Cada secuencia es una respuesta ligada a nuevas preguntas. Es como la vida, que no entiende de géneros, ni de clímax, ni de presentaciones o desenlaces. Es un caudal constante de hechos y sentimientos y así es como se muestra, con tal sinceridad, rigor y objetividad, tanto del discurso como de las interpretaciones de sus protagonistas, que convierten el cine en la mirilla de una puerta maciza y protectora que nos permite observar una realidad tan ajena como propia, entrando y saliendo del film con la misma naturaleza de un interruptor desde la comodidad de una butaca, de un sofá, que pronto olvidamos que existen.

A partir de aquí todo lo que pueda añadir no será más que la limitación de lo que cualquier espectador se encontrará al visionar Le fils(2002), película que, para finalizar, catalogaré, al igual que muchas de las obras que se comentarán en el futuro en este blog, como uno de esos puntos de inflexión que en nuestro presente se presentan en la historia del cine como en el pasado lo fueron las obras de Méliès, Griffith, Chaplin, Ford, Bergman, Ozu, Kurosawa, Truffaut,… Una auténtica obra maestra que marca una tendencia a seguir en el futuro del cine y que servirá como baremo para distinguir a cada uno de sus espectadores de la enorme masa con la firme convicción de que poseen el poder de mirar el olor.

Para finalizar sólo recordar que el motivo por el cual comento y comparto esta película es que el próximo 28 de Octubre se estrenará en nuestras pantallas Le gamin au vélo-El niño de la bicicleta- (2011), el nuevo film de Jean-Pierre y Luc Dardenne, que fue galardonado en el pasado festival de Cannes con el gran premio del jurado ex-aequo con Once Upon a Time in Anatolia (2011) -de Nuri Bilge Ceylan otra de las grandes apariciones del siglo XXI que comentaremos en próximas entradas-. De este modo creo poder mostrarles el inicio de un camino que podrán iniciar al visionar Le fils (2002) pero que podrán continuar acudiendo tanto a dicho estreno como al resto de la excelente filmografía de estos cineastas belgas.

Le Fils -El hijo-(2002)

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subtítulos castellano:



viernes, 7 de octubre de 2011

El universo Malick (The Tree of Life)



La mayoría de los creadores luchan por alcanzar, en el instante preciso, ese punto en el cual puedan mostrar al mundo todas las cualidades que los hacen únicos para, de algún modo, sentir que han dejado huella en su esporádico paso por la vida y compensar su afán romántico de cambiar el mundo. The Tree of Life probablemente sea ese instante soñado por Terrence Malick. Y es que este trabajo no es un simple elemento más en la corta filmografía del director americano, ni siquiera me atrevería a decir que se trata más de una película que de una filosofía vital cuyo formato casualmente es el cine pero que bien podría ser la palabra, la nota, el lienzo,... A largo de su carrera, Malick se ha caracterizado por contar historias a través de una mirada vital y cinematográfica absolutamente personal y única. Por supuesto tal grado de subjetividad en la narración le ha valido para ganarse tantos adeptos como detractores lo cual no hace más que encumbrar la figura del director norteamericano gracias a una relevancia que se comprueba al ver lo imposible de la indiferencia ante su trabajo. Después de las más de dos horas de metraje uno abandona la sala acompañado de los murmullos absolutamente destructivos de los más críticos y el silencio reflexivo de quien acaba de ver un discurso que si no revelador se percibe como didáctico tanto en su aprobación como en su discusión.


Y es que fácilmente puede considerarse The Tree of Life como la obra cumbre de la filosofía vital de Malick. Filosofía que ya se podía intuir en sus anteriores trabajos donde la relación del hombre con la naturaleza que lo rodea es tan relevante como la propia historia que protagonizan dichos personajes. Esta premisa ya se hacía relevante en la extensas praderas tejanas en los inicios del siglo XX de Days of Heaven (1978) o en las sangrientas islas del Pacífico en plena II guerra mundial de The Thin Red Line (1998). Sobre las historias que se narraban en ambas obras existía un sentimento vital que sobresalía levemente de los hechos narrados y daba lugar a un misterioso y atmosférico paralelismo entre los personajes y las circunstancias que los rodean. En The tree of life esta característica se convierte en abrumadoramente poderosa hasta convertirse en la misma razón del film. Bajo la excusa de mostrar los lazos emocionales que unen y forman a cada uno de los miembros de una familia norteamericana, en los gloriosos años 50 estadounidenses, Malick muestra una reflexión vital que nace y muere en el mismísimo Big Bang y que en su camino recorre todo aquello que la razón puede considerar como vida: desde una ameba hasta un beso, desde el espíritu de supervivencia de un dinosaurio a la necesidad de éxito del ego humano, desde el nacimiento de una estrella hasta la muerte de un niño.

Intentar mostrar en una pantalla de cine al ser humano como una pauta más del comportamiento del universo y alcanzar una respuesta global de la misma existencia es una odisea de tales pretensiones que sólo unos pocos elegidos pueden alcanzar, sin ruborizarse, gracias a unas creencias tan poderosas que atraviesan sin pudor toda razón establecida. Probablemente esta premisa también caracterizaba a uno de los mayores genios de la historia de la cinematografía como es Stanley Kubrick. Y es que existen poderosas y evidentes similitudes entre The Tree of Life y 2001: A Space Odyssey (1968). Una de ellas se basa en los objetivos que una obra cinematográfica debe plantear, aunque lo realmente extraordinario de dicha comparación es comprobar como ante tal semejanza el resultado final resulte tan absolutamente opuesto. En ambos casos el punto de partida es la aparición de la vida sin embargo, nada más nacer, los caminos se convierten en paralelos. Mientras que para Kubrick la vida comienza en la razón humana para Malick comienza en los mismísimos albores de toda existencia. Una clara muestra de la dicotomía entre lo apolíneo del pensamiento kubrikiano y lo dionisiaco del sentimiento de Malick como reflexión ante un mismo concepto.


The Tree of Life responde a la creencia de que el hombre forma parte de un todo y cuya base, curiosamente, reside en esa espiritualidad que se camufla en la creencia científica de que todo lo que existe es materia nacida del polvo de las estrellas. Como tal materia el hombre, ineludiblemente, está condenado a un destino entendido como la vida en si misma donde la muerte no es lo contrario sino una pauta más de la misma existencia del ser humano, una transformación, un punto de inflexión donde la materia se transforma pero el espíritu prevalece. Un espíritu, por otra parte, formado a partir de los sentimientos descubiertos al encontrarse con uno mismo y que parten del corazón más que del cerebro, convirtiendo en banales conceptos como el trabajo, el éxito o la disciplina frente a la verdadera relevancia del amor, la risa o la pasión.


Por supuesto para alcanzar tal grado de profundidad en el contenido de una película, la forma de la misma debe estar a la altura de tal carga. Alcanzar dicha meta no sólo define y valida el sello personal de Malick sino que se convierte en la columna sobre la que se sustenta toda la credibilidad del film. Y es que The Tree of Life posee la mayor herramienta para defender cualquier pensamiento: la sinceridad. La sinceridad tiene la particularidad de ser absolutamente reconocible gracias al equilibrio incorruptible de su naturaleza. Un equilibrio que sustenta la totalidad del film bajo una poesía fílmica nacida de la búsqueda de la belleza de las cosas como punto diferenciador de las partículas elementales de la existencia. La cámara o los ojos de Malick parecen volar sobre la historia con las mismas premisas que la mosca en la pared del free cinema británico pero con el añadido de la movilidad que persigue la visibilidad de lo etéreo a través de la belleza de cada acto. Lo etéreo que, por otro lado, todos percibimos ante la inmensidad que nos rodea a través de nuestros cinco sentidos pero que en el cine, ante la carencia de dicha totalidad, debe ser equilibrada con herramientas “irreales” como la perspectiva múltiple que siempre enfoca cada acto desde el prisma adecuado. Una "irrealidad" que, a su vez, se compensa con la luz natural de su fotografía o con el especial respeto al obviar el "corten" a la hora de rodar las interpretaciones tanto naturales como humanas. Esta sinceridad otorga a la película una armonía tal, que resulta impropio creer en su negación pero que abre cordialmente sus puertas ante su discusión, sobre todo a aquellos más puristas que pueden llegar a denominar esta clase de lenguaje como publicitario.

En definitiva he de admitir que bajo mi subjetividad no comparto las creencias de Malick, en este sentido me encuentro mucho más próximo al planteamiento kubrikiano, pero como cinéfilo defiendo y admiro un discurso tan enriquecedor como único. Y aunque difiera claramente de conceptos como el destino, crea absolutamente en la individualidad del ser humano y me identifique con lenguajes cinematográficos más "realistas", no me resulta difícil catalogar esta película como una obra maestra, sobre todo si tenemos en cuenta que tal adjetivación se sustenta en el convencimiento de que dichas obras tienen la suficiente relevancia como para provocar una reacción que, aunque sea mínima, supone una reflexión que nos acerca más a reconocer las ideas en las que creemos. Uno puede salir de la sala murmurando improperios o divagando razonamientos pero lo único seguro es que todos sabrán más de sí mismos después de ver esta magnífica obra cinematográfica.

Como consejo y reflexión final aconsejo que no se acuda a esta película en busca de un mero entretenimiento de domingo dado que si eso es lo que buscan saldrán profundamente decepcionados. En favor de que puedan comprobar de lo que les hablo y bajo la premisa de no compartir nunca películas que tengan menos de cinco años -el arte hay que compartirlo pero también hay que respetarlo- a continuación les dejo un enlace donde se pueden descargar Days Of Heaven (1978), la segunda película de Malick que es una muestra clara del mundo cinematográfico de este misterioso director norteamericano.