miércoles, 12 de octubre de 2011

El poder de mirar el olor (Le fils, 2002)

A día de hoy el cine parece consumido por el demencial ruido provocado por héroes planetarios, agentes secretos de tendencia, bufones escatológicos o ñoñas princesas esculpidas por un bisturí… Son muchos los argumentos que asolan la publicidad de los grandes medios con los que el cine puede ser culpado, en el mejor de los casos, como mero artificio de distracción. Sin embargo uno, como si de una hecatombe futurista se tratase, puede comprobar como el verdadero cine sobrevive en las cloacas de las multisalas con el firme propósito de entender tal arte como una evolución que, con el paso de los años, llega a alcanzar un realismo que transforma esa idea de magia, que siempre ha rodeado el séptimo arte desde la primera proyección de los hermanos Lumière, en algo tan cercano a la vida que uno duda de si lo que está viendo sigue siendo una ficción o es la existencia retrasmitida a través de unos ojos ajenos.


Hoy en día el romanticismo de la creatividad cinematográfica es de aquellos que creen que en cada persona hay una película por descubrir. Una máxima que bien podría considerarse un paso evolutivo fundamental como la electricidad, la clase media o la comunicación planetaria. Desde los albores cinematográficos ha existido una dicotómica existencia que fractura el origen del séptimo arte entre lo documental y lo ficticio, entre lo tecnológico de los Lumière y lo artístico de Méliès. A lo largo de su historia hemos podido comprobar como las grandes obras cinematográficas suelen responder a la búsqueda de un equilibrio entre ambas mitades o, por el contrario, a la aceptación absoluta de dicha naturaleza. Todo lo que se quede en tierra de nadie está abocado al fracaso, al castigo de la incredibilidad. Visto desde el punto de vista de la ficción ese equilibrio alcanza su máximo exponente conocido en obras pulidas por la mano de directores que bien podría decirse que respiran, comen y hasta mean cine. Gente como el iraní Kiarostami, el turco Ceylan o los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne responden, entre otros, a la necesidad de encontrar la vida en toda obra de ficción que se precie y son, estos últimos, los que firman la obra de la que quiero hablar hoy: Le fils(2002).


Este film narra la misteriosa relación entre Olivier, un carpintero dedicado a enseñar su profesión a adolescentes conflictivos, y Francis, uno de esos niños recién salidos del reformatorio necesitados de un oficio que los aleje de sus propios conflictos. Una temática que, por si misma, es tan sumamente realista que, de inicio, parte con tal grado de credibilidad que asombra nada más intuir su primer plano. El grado de pureza que desborda la película se basa en la consideración de la mirada como el exponente máximo de toda expresión cinematográfica, entendiendo dicho concepto como la aglomeración de cada uno de nuestros sentidos en una misma capacidad. La mirada no sólo permite ver sino también escuchar, saborear, oler u oír a través de la relación de la imagen y nuestros propios recuerdos. A todos nos ha pasado que a lo largo del día, por alguna razón que desconocemos, nuestra mirada se clava, hipnotizada por una imagen y nuestra mente parece quedarse completamente en blanco observando la lluvia sobre la ventana, las manos de alguien al tratar un objeto, la esquina más inhóspita consumida por el sonido del océano, el olor de lo geométrico de la madera apilada,… es mágico. Realista, propio y liberadoramente mágico. Le fils (2002) alcanza esa sensación durante los 103 minutos en los que se extiende su metraje.


Podría utilizar cualquier secuencia de este film para demostrar mi absoluta falta de medida a la hora de calificar esta obra pero sólo tengo que utilizar la primera de todas ellas para mi propósito. El film comienza con los más que reconocibles sonidos de un taller de carpintería mientras vemos los créditos expuestos sobre la oscuridad del plano. Pronto la imagen parece elevarse frente a la espalda de un hombre corpulento, vestido con un reconocible peto azul de carpintero y una contundente faja de cuero marrón, hasta que llegamos a la altura de una nuca que nos muestra lo vulnerable del ser humano. El hombre, completamente quieto, mira hacia abajo mientras, a su lado, una mujer, que por su vestimenta parece fuera de lugar, lo observa como esperando una respuesta. A pesar de los sonidos poderosos del taller existe un vacío entre ambos personajes que se acentúa al comprobar que el carpintero está leyendo el contenido de una carpeta cuya naturaleza se intuye como importante. De repente unos gritos llaman la atención del hombre que, inmediatamente, acude a auxiliar a sus aprendices ante el atasco de una de las máquinas que tratan la madera. El hombre, sin albergar la más mínima duda, resuelve el problema con la misma inmediatez con la que da las consignas y reprimendas adecuadas a sus alumnos para que no vuelva a ocurrir. Una seguridad e inmediatez que se diluye al reencontrarse con el documento y el interrogante que la mujer le plantea. “¿Lo coges?”- pregunta ella. ”No, no puedo . Ya tengo cuatro, es demasiado”- responde él dubitativamente antes de observar a la mujer saliendo del taller murmurando para sí misma a quien acudirá con ese mismo documento. Pero algo preocupa al hombre, una conducta impropia de alguien a quien ya creemos conocer tanto por su reacción ante su clase como los propios Olivier que seguro habitan en nuestros recuerdos. El sonido de la sierra cortando la madera engulle el aire que Olivier respira, tan cortante como la duda que asola su mente y que, finalmente, le hace encender un cigarrillo que gustosamente también aceptarían nuestros labios.


Con esta primera secuencia se muestra todo el contenido y la forma de la película condensada en un sólo plano, un plano secuencia rodado con cámara al hombro entendido como la fuerza de una mirada que destroza toda regla de desarrollo y desenlace, que supuestamente abarcan la totalidad de la realización de toda obra cinematográfica, para condensar dichas reglas en la naturaleza de cada acto específico y abandonando toda misión más allá al verse consumida por la multiplicidad de la realidad que la rodea. La negrura de la uña de un pulgar, la respiración sostenida, el sueño tan impertinente como necesario, el tacto de la madera,… todo nos dice algo de los personajes, de la historia, de la película, del cine. Cada secuencia es una respuesta ligada a nuevas preguntas. Es como la vida, que no entiende de géneros, ni de clímax, ni de presentaciones o desenlaces. Es un caudal constante de hechos y sentimientos y así es como se muestra, con tal sinceridad, rigor y objetividad, tanto del discurso como de las interpretaciones de sus protagonistas, que convierten el cine en la mirilla de una puerta maciza y protectora que nos permite observar una realidad tan ajena como propia, entrando y saliendo del film con la misma naturaleza de un interruptor desde la comodidad de una butaca, de un sofá, que pronto olvidamos que existen.

A partir de aquí todo lo que pueda añadir no será más que la limitación de lo que cualquier espectador se encontrará al visionar Le fils(2002), película que, para finalizar, catalogaré, al igual que muchas de las obras que se comentarán en el futuro en este blog, como uno de esos puntos de inflexión que en nuestro presente se presentan en la historia del cine como en el pasado lo fueron las obras de Méliès, Griffith, Chaplin, Ford, Bergman, Ozu, Kurosawa, Truffaut,… Una auténtica obra maestra que marca una tendencia a seguir en el futuro del cine y que servirá como baremo para distinguir a cada uno de sus espectadores de la enorme masa con la firme convicción de que poseen el poder de mirar el olor.

Para finalizar sólo recordar que el motivo por el cual comento y comparto esta película es que el próximo 28 de Octubre se estrenará en nuestras pantallas Le gamin au vélo-El niño de la bicicleta- (2011), el nuevo film de Jean-Pierre y Luc Dardenne, que fue galardonado en el pasado festival de Cannes con el gran premio del jurado ex-aequo con Once Upon a Time in Anatolia (2011) -de Nuri Bilge Ceylan otra de las grandes apariciones del siglo XXI que comentaremos en próximas entradas-. De este modo creo poder mostrarles el inicio de un camino que podrán iniciar al visionar Le fils (2002) pero que podrán continuar acudiendo tanto a dicho estreno como al resto de la excelente filmografía de estos cineastas belgas.

Le Fils -El hijo-(2002)

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subtítulos castellano:



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